María, la madre de Jesús.
En los Evangelios, en la tradición, en la leyenda y en el arte.
El acercarse al personaje bíblico de María, la madre de Jesús, es una tarea que se me antoja como muy interesante.
La verdad es que se ha escrito mucho sobre el tema; es fácil consultar cualquier enciclopedia –la mayoría de ellas– y buscar la palabra «María», para encontrar un artículo, más o menos largo, sobre la figura de esta mujer hebrea, que vivió en una aldea de Galilea, en Nazaret, hace aproximadamente dos mil años. De igual manera se han escrito tratados sobre ella, desde las más diversas perspectivas: bíblica, patrística, sobre los diversos santuarios marianos, sobre sus innumerables advocaciones, etc.
Las «historias» y leyendas formadas a partir de este personaje son incontables: apariciones, milagros… No es mi intención cuestionar ninguna de estas creencias populares –unas con más fundamento, y otras con menos–, sino constatar su existencia y su extensión a lo largo de los siglos y de los diferentes países y culturas.
La figura de «María» es venerada en casi todos los pueblos del mundo. Y los títulos con las que se la conoce, se hacen presentes en las diversas advocaciones: Madre de Dios, Santa, Virgen, Inmaculada, Madre celeste, Madre de todos los hombres, Madre de la Iglesia, Madre de la Humanidad, Reina del cielo, Reina del Apocalipsis, Abogada de los pobres, Abogada de todas las gracias…; la lista se podría extender casi hasta el infinito. De la misma forma, cada pueblo la hace suya con un nombre concreto: la Virgen del Pilar, la Virgen de Guadalupe, la Virgen del Carmen, la Virgen de las Nieves, la Virgen de la Cabeza, Nuestra Señora de la Esperanza o la Macarena, Nuestra Señora de los Dolores, Nuestra Señora de Aranzazu, Nuestra Señora de Covadonga, la Mare de Déu de Montserrat, Notre Dame de París, la Virgen de Fátima, la Madre de Dios de Czestochowa…
El Arte también se ha ocupado de la figura de María; las diversas ramas del Arte. Ya hemos mencionado la literatura, en la que la poesía ocupa un papel preponderante, pero también la prosa. Y también se hace presente en la arquitectura, la escultura, la pintura, la música, etc. Obras de arte nacidas de un profundo sentido religioso. Obras de arte y de religiosidad que abarcan el abanico de todas las épocas y de casi todas las culturas.
Hablar de María es hablar de religión cristiana, y no sólo de la católica. Para los católicos es la Madre de Dios, la Virgen María, la Inmaculada Concepción, la Madre de la Iglesia, etc. Los cristianos ortodoxos, por su parte, compiten con la Iglesia católica en otorgar a María un lugar preeminente: María es la Theotokos (la Madre de Dios), la siempre-Virgen María, como se recita en la Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: «la Santísima, Inmaculada, Bendita, Gloriosa Señora Nuestra, Theotokos y siempre-Virgen Maria». Incluso entre los protestantes o cristianos reformados, que no admiten ninguno de los «dogmas marianos», María es reconocida como ejemplo de mujer de fe, como la discípula por excelencia y como la «Madre del Señor».
Ni siquiera pasa desapercibida para el Islam. En el libro sagrado para el mundo musulmán, el Corán, sólo en el capítulo 19 encontramos 41 versículos, en los que se menciona a Jesús y María, incluso defendiendo su virginidad.
Y no se puede dejar de mencionar el incontable número de mujeres que llevan su nombre, María, en su forma simple o como nombre compuesto. En España, históricamente, durante un largo período todavía cercano en el tiempo, no había mujer que María no formase parte de su nombre.
Por todas estas razones el intentar una aproximación a la figura de María, la madre de Jesús, desde las perspectivas de los Evangelios, la tradición, la leyenda y el Arte, es una labor en la que me quiero implicar y te quiero implicar a ti lector o lectora, ya que nuestra cultura, nuestro arte y nuestra religión son incomprensibles sin esta persona sencilla, una mujer del pueblo, del siglo I de nuestra era.
Ella es una mujer cercana, humilde, con la que es fácil identificarse y, al mismo tiempo, sentir de ella admiración, respeto y veneración. Y no sólo las mujeres tienen el privilegio de poder identificarse con María, sino cualquiera que se considere discípulo o discípula de Jesús, sobre todo si lo vive desde la sencillez del Evangelio.